Aquella noche, cuando el viento calló, la luna se volvió más grande que nunca.
No era redonda. Ni blanca. Ni lejana.
Era un ojo. Un ojo que miraba desde el otro lado.
La anciana del farol supo que había llegado el momento.
Sacó de su bolsillo una llave que no abría puertas, sino preguntas.
Y con ella, dibujó en el aire la palabra que había olvidado hacía años: "volver".
Al principio, solo crujieron las maderas del techo.
Pero luego, algo se despertó en las raíces de la tierra.
Un sonido antiguo. Un eco.
Una promesa que nadie recordaba haber hecho.
Entonces apareció ella.
La niña sin sombra,
con los bolsillos llenos de estrellas
y un nombre que solo los gatos sabían pronunciar.
No dijo nada.
Solo dejó una carta sin dirección bajo el felpudo de los vivos,
y desapareció antes de que amaneciera.
Desde entonces,
cada vez que el viento calla,
alguien recuerda algo que aún no ha vivido.
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